Olivos de Castilla, la humilde, la callada;
notarios inmutables del paso de los días;
discretos, resignados, que nunca pedís nada
ni en calurosas siestas ni en madrugadas frías.
Olivos de mi tierra, foresta de La Mancha,
templados por cien años, curtidos por mil vientos;
en la llanura inmensa que se pierde y ensancha,
moteando el paisaje de verdes cenicientos.
En vuestros viejos troncos, ni anidan ruiseñores,
ni los enamorados dibujan corazones.
Ninguna primavera os viste de colores,
ni en vuestra rala fronda se ocultarán pasiones....
Jesus Herrera Peña.